Una incógnita económica llamada Transnistria

La región secesionista moldava depende de Rusia, sobre todo de su gas, pero el 70% de sus exportaciones se dirigen a países de la Unión Europea

Un artículo de Raúl Sánchez Costa

El ficticio idilio económico de Transnistria —un enclave separatista prorruso reconocido internacionalmente como parte de Moldavia— terminó en 2016. Con una población de cerca de medio millón de habitantes, la región autoproclamada independiente de facto en 1990, incrustada entre una estrecha franja a lo largo del río Dniéster y Ucrania, llegó a tener nueve bancos comerciales. En la actualidad, uno de ellos se dedica sólo a las exportaciones, mientras que otro acabó fusionándose con el banco propiedad de quien se dice que lidera la economía y la política de la región rebelde desde la sombra —el conglomerado de empresas Sheriff— y un tercero pertenece a Rusia. Los demás o bien han sido liquidados o bien están en proceso de extinción.

Fue un cataclismo financiero lo que hizo saltar por los aires su economía hace ocho años. Su autodenominado banco nacional se quedó sin reservas de divisas, concretamente de dólares, lo que provocó que las autoridades de Tiraspol —capital separatista— introdujeran un instrumento administrativo por el que obligaban a las compañías a vender las que poseían y a mantener su moneda al mismo precio: 16 rublos transnistrios por un dólar.

En ese mismo año, tanto Moldavia como Transnistria —que cuentan con un PIB actual de 16.500 millones de euros y 1.000 millones de euros, respectivamente— comenzaron a beneficiarse del Acuerdo de Asociación y Libre Comercio con la Unión Europea que Chişinău, la capital moldava, suscribió dos años antes. A partir de entonces, las empresas transnistrias registradas en la Agencia de Servicios Públicos de Moldavia se duplicaron hasta las 2.400. “Esto demuestra que los agentes económicos de Transnistria son conscientes de las oportunidades que ofrece encuadrarse en el mercado legal de Moldavia”, explica Ivan Țurcan, economista de la Oficina de Políticas de Reintegración.

En cambio, la discrepancia entre los salarios y las pensiones en las dos orillas del Dniéster creció a favor de Moldavia. Los sueldos en Transnistria se hundieron la mitad que los de la ex república soviética —370 euros frente a los 740 euros de media en la actualidad—, pese a que el enclave rebelde estaba eximido de cualquier impuesto a las mercancías que llegaban a Transnistria. Esto supuso que los productos de la región separatista fueran entre un 30% y un 40% más baratos. Frente al dumping fiscal, Moldavia decidió cambiar la legislación este año, de modo que los bienes esenciales exportados desde Transnistria están ahora sujetos a impuestos por parte de las autoridades de Chişinău. Como consecuencia, la región pidió a Rusia que apoyara su economía para poder resistir las “presiones” del Gobierno moldavo.

Pero la eclosión de la guerra en Ucrania ya había perjudicado los intereses transnistrios. Hasta ese momento, la mayoría de las exportaciones pasaba por las fronteras ucranias sin la supervisión moldava, muchas veces de manera clandestina hacia el mercado ruso. “La falta de control sobre Transnistria hacía imposible aplicar las normas de manera uniforme a las empresas, así que resulta difícil estimar las pérdidas generadas al presupuesto”, señala Țurcan. Tras la invasión rusa, Kiev cerró todos los puntos fronterizos, de manera que Transnistria dependía de una única ruta: la que cruza las aduanas moldavas. Es la primera vez en más de treinta años que Chişinău controla lo que entra y sale de la región. “Ahora muchos productos de Transnistria se han hecho visibles; si antes se vendían, desde el punto de vista de Chişinău, mediante contrabando, ahora se venden de forma legal”, afirma Veaceslav Ioniță, experto en políticas económicas del Instituto para el Desarrollo y las Iniciativas Sociales (IDIS) de Moldavia.

Subraya que la economía híbrida entre una soviética —intervencionista— y de mercado sustenta la vida de sus ciudadanos, que no pagan el IVA y tampoco contribuyen ni al seguro médico ni a la cotización social, sino que la administración local lo abona todo con los réditos del gas ruso. “Transnistria depende de las importaciones de gas procedentes de Rusia a coste cero; si hay gas, se podrá producir metal que se venderá a la Unión Europea, especialmente a Rumania; y también electricidad, que irá destinada a Moldavia”, prosigue Ioniță, quien expone un ejemplo: “Mientras que a los moldavos les costaba 1,5 euros el metro cúbico de gas durante el apogeo de la crisis energética, los transnistrios pagaban siete céntimos”.

Tiraspol destina sus ingresos a pagar los salarios de los funcionarios y las pensiones y cubrir parte del enorme déficit, que alcanza ya el 55% del PIB. “Recaudan casi siete veces menos de lo que gastan, algo inaudito en otro lugar; si no hubiera gas ruso, su presupuesto y su economía colapsarían, y la mitad de las exportaciones desaparecerían inmediatamente”, enfatiza el economista, al tiempo que recalca que Transnistria sobrevive gracias a que Moldavia se lo permite, ya que es Chişinău la que debe solicitar el suministro del hidrocarburo.

La administración de Tiraspol contabiliza el comercio de la región con Moldavia como exportación, lo que convierte a Chişinău en principal socio, pese a acusarla de “genocidio económico”. En 2023, el 53,4% de las entregas de mercancías tuvieron como destino el mercado moldavo; el 31,4%, la UE; y el 6,2%, la Federación Rusa, según Transnistria. Pero, de acuerdo a Moldavia, sus exportaciones a Estados del bloque representaron un 70,48%, un récord desde la firma del Acuerdo de Asociación, lo que supone un incremento del 20,58% respecto a 2019. Sin embargo, las exportaciones al mercado ruso se desplomaron a 42 millones de euros frente a los 75 millones en 2022.

Industria metalúrgica

El sector más importante es el metal, materia prima que se transporta desde Rumania y a donde luego se exporta transformada. Supone el 30% de lo que venden al bloque comunitario, por delante del energético, que roza ese porcentaje, mientras que el agrario —maíz y trigo— llega al 25% y el textil, que gozó de un rol importante en el pasado, casi ha desaparecido. Los datos públicos de Tiraspol muestran que la mayor parte de la economía de la región pertenece al grupo Sheriff, que está dirigido por el oligarca Victor Guşan, pero también a empresas rusas y otras controladas por las autoridades locales. En 2022, Sheriff facturó unos 423 millones de euros. La empresa controla el banco más grande de la región, Agroprombank, y tiene la mayor cadena de supermercados y gasolineras, así como el operador de telefonía Interdnestrcom y la empresa Kvint, el mayor productor de alcohol.

Bajo el control del Sheriff también se encuentran Tirotex, el mayor fabricante textil de la región, la panadería más grande y el equipo de fútbol que llegó a jugar la Champions League. De las 10 empresas con mayor facturación, cuatro formaban parte del grupo Sheriff y dos estaban controladas por las autoridades locales. “Transnistria está en quiebra hoy en día; si no fuera por la Federación Rusa, su economía entraría en colapso en 24 horas”, concluye Ioniță.

Si desea conocer más acerca del periodista Raúl Sánchez Costa:

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